Un día estaba sentada en mi silla observando a mis alumnos como jugaban, después de todo jugar es su trabajo. Me encanta mirarles mientras lo hacen, ver como hablan solos, las historias que inventan, como interpretan la realidad que les rodea, como se hablan entre ellos…A veces imitan a sus padres o a mí y me muero de risa. De fondo suena música. Todo esta en calma, vivo pero en clama, a pesar de ser tantos cada uno trabaja en lo suyo. Entonces soy consciente, un escalofrío me recorre el cuerpo. Cuanta belleza, era como contemplar una puesta de sol y sentirte feliz por el mero hecho de estar allí presente. Entonces casi sin pensarlo de mi boca salieron estas palabras: “la felicidad es en un aula de infantil”. Así de desnuda, de sencilla y perfecta es la felicidad, está ahí mismo, para quien quiera verla. Y me sentí genial de ser una de las afortunadas que la ve, la vive y la siente cada día. La felicidad que tantos persiguen con desasosiego…
Viene una niña y me cuenta su viaje en avión, entusiasmada, explicándome que el avión primero busca su sitio y luego sube. Su sonrisa lo dice todo, está encantada!, como yo de escucharla. Luego viene un niño para contarme lo que ha dibujado detalle a detalle, otro me pide que arregle un muñeco que ha perdido un brazo y otro para decirme que fulanito les está molestando.
La música sigue sonando, algunos canturrean, otras niñas bailan mientras juegan en el mercadito y yo me pongo en pie para ayudar a resolver el «conflicto». Respiro, les miro y me siento feliz, es mi paraíso.

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